The Cure pone en estado de trance al Palau Sant Jordi

El grupo de Robert Smith levantó su legendario sonido con raíces góticas en un concierto que combinó su material más profundo, sus ‘hits’ y hasta cinco canciones del nuevo álbum que se resiste en publicar

Convertir zozobras íntimas, sueños y alucinaciones en un atribulado arte pop colocó a The Cure en la vanguardia musical cuarenta años atrás, y el tiempo no le ha restado esplendor. Ahí estuvieron Robert Smith y sus huestes, este jueves en el Palau Sant Jordi (entradas agotadas), presumiendo de sus clásicos imperiales y de su impronta sonora leyenda, manejando capas atmosféricas, enredaderas melódicas y vestigios de su misterio gótico.

Noche de recreación de unos logros que crearon escuela, aunque no solo eso: el grupo dejó caer hasta cinco canciones de ese nuevo disco (‘Songs of a lost world’), que iba a salir a las puertas de la gira (que por eso lleva por título ‘Lost world tour’) para romper 14 años de vacío editorial. Y fueron colocadas en posiciones nobles: ‘Alone’ abrió la sesión con sus siete minutos de andares pausados y sus mensajes poco dicharacheros: “Este es el final de cada canción que cantamos / El fuego se convirtió en cenizas / y las estrellas se oscurecieron con las lágrimas”, entonó Robert Smith con esa voz casi siempre situada a un milímetro del llanto, bien conservada a los 63. Conclusión en modo evasivo: “el mundo no es más que un sueño”.

Pasos de gigante
El bajo de Simon Gallup, empujando al gigante con zancadas largas y profundas, conectando con la poesía envolvente de ‘Pictures of you’, perla del álbum ‘Disintegration’ (1989), el más citado, con seis canciones. Arquitectura densa, que no espesa, con las discretas diabluras guitarreras de Reeves Gabrels (que fue cómplice de Bowie durante una década) dando toques de distinción sin sobresalir, haciendo bola de sonido con los teclados del recuperado Perry Bamonte.

Las nuevas canciones se decantaron por la cadencia pausada, con la excepción de ‘A fragile thing’, un tema sobre el fin del amor entre una pareja. “Cada vez que me besas podría llorar”. Ahí se hizo notar, sobre todo, ‘Endsong’, con largos pasajes instrumentales en espiral y un intrincado solo subterráneo por parte de Gabrels. También ‘I can never say goodbye’, con alusiones a sus familiares perdidos. Una idea más bien hardcore de The Cure se abrió paso en el corazón del concierto con piezas venidas del pasado más lejano: las citas al álbum-santo grial ‘Seventeen seconds’ (1980), entre ellas la atormentada ‘The forest’, con su grito en bucle (“again and again and again…”) coreado por la afición. ‘Lovesong’, en contraste, sonó un poco más ‘up tempo’ que el original.

‘Hits’ en cascada
Como si su material más hondo fuera poco compatible con sus canciones de mayor pegada comercial, estas se concentraron en un largo segundo bis que constituyó un concierto en sí mismo. Quemado el territorio con un abrasivo ‘Disintegration’, llegó la hora de ‘The walk’, ‘Friday I’m in love’, ‘Close to me’, ‘In between days’ y ‘Boys don’t cry’. Tiempo de deleite, acercándose a las tres horas de concierto, para un Sant Jordi en combustión, recordándonos que detrás de las capas de neblina y de misterio, The Cure nunca dejó de ser una banda pop. Y bastante buena.

Fuente: El Periódico

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